Imaginación y escritura

Prólogo a la nueva edición

Sergio Frugoni
6 min readJul 31, 2017

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Escribir un libro sobre la escritura literaria en la escuela podría ser leído casi como un gesto anacrónico: en el origen mismo de la enseñanza de la lengua, a fines del siglo XIX, esa práctica, de la mano de la retórica, era el santo y seña de la formación de los estudiantes. En un contexto como el actual, en el que la clase de lengua pareciera seguir el rumbo del más crudo instrumentalismo de la comunicación (alentado por pruebas internacionales y estándares de comprensión) pensar los lugares de la escritura literaria puede ser, efectivamente, un disparate. Sin embargo, como nos recuerda Agamben, ser contemporáneo supone cierto desfasaje, cierto anacronismo respecto del presente que permite la toma de distancia para pensar el momento actual. Tal vez el mismo desajuste que puede sentir el autor frente a ese “yo” que en otro contexto histórico sostenía una enunciación didáctica, una idea sobre cómo pensar -y poner en circulación- ciertos temas que la agenda de la enseñanza de la lengua y la literatura parecía no atender.

Diez años han pasado desde la primera edición de Imaginación y escritura, un libro que fue el resultado de un recorrido académico y profesional de casi una década, cuando a fines de los noventa empezaba a familiarizarme con los problemas de la enseñanza y encontraba en la didáctica un espacio de pensamiento y de praxis transformadora en el campo educativo.

Entonces: volver a leernos, levantar la cabeza -el gesto consagrado por Roland Barthes- y escribir una lectura en esa cornisa bastante inquietante del tiempo en que nos ponen los textos propios trabajados por el paso de los años, de las lecturas y las derivas intelectuales. En esta nueva edición hemos incluido referencias bibliográficas actualizadas sobre algunos de los temas y también ampliamos conceptos que en la versión de 2006 aparecían esbozados, como tentativas teóricas que vislumbramos pero no alcanzábamos a desarrollar.

Imaginación y escritura quería continuar la estela abierta por la tradición de talleres de escritura que intentamos reconstruir en la primera parte del libro. Una historia que, a nuestro entender, merecía ser contada prestando especial atención al sentido y relevancia que podían tener sus hallazgos para la enseñanza de la escritura. “Invención”, “taller de escritura”, “consigna”, “problemas retóricos” eran nociones que la didáctica de la lengua y la literatura -o, mejor dicho, cierta versión de la didáctica que asumí como propia principalmente a partir de mi trabajo en la UNLP- venía poniendo en juego como parte de sus herramientas conceptuales. El lugar incómodo de la escritura literaria en la escuela era a esa altura un tópico reconocible, incluso señalado reiteradamente por Alvarado y Pampillo. Meterse con una práctica vinculada a los “recreos de saber” -como le llamaban, críticamente- fue la manera que encontré de repensar un problema mayor: la enseñanza de la literatura en la escuela secundaria. En ese sentido, el legado de la tradición de los talleres, como le llamo en el libro, era claro: se podía escribir literatura en la escuela y, por otro lado, se trataba de una práctica epistemológica, es decir vinculada con los conocimientos sobre la lengua y la literatura; un lugar vacante que la escritura creativa no podía cubrir tal como aparecía en su forma más convencional. Pero, a su vez, la escritura literaria también era un modo de reconfigurar los vínculos educativos, aquellos vínculos sostenidos en torno a objetos de conocimiento, en contextos específicos y en un dialogo intersubjetivo. Más allá de la tentación instrumental del “consignismo”, creíamos que la practica de escribir a partir de la imaginación no se agotaba en un nuevo recurso para trasmitir los contenidos curriculares -un nuevo canto de cisne de la “innovación”- sino que abría un campo de problemas vinculado con las subjetividades, los procesos de construcción de la identidad y las relaciones sociales en contextos educativos, escolares y más allá de la escuela.

La apertura a estos problemas ciertamente desbordaba la mirada “clásica” sobre el taller de escritura, incluso en la formulación de Alvarado y Pampillo; demandaba otras referencias teóricas sobre los contextos, sujetos y prácticas concretos en los que existía la escritura literaria en la escuela. Por entonces, los estudios socioantropológicos sobre educación y el enfoque etnográfico en la versión de Elsie Rockwell fueron la puerta de entrada a una indagación contextualizada del taller de escritura. Era necesario ampliar el foco hacia los “usos sociales de la letra escrita”, dentro de los cuales, la escritura literaria en la escuela era uno más, sede de dispositivos, representaciones y discursos, muchos de ellos contradictorios. Por entonces no conocía los desarrollos que se venían realizando dentro de los New Literacy Studies (NLS) o Nuevos Estudios de Cultura Escrita, un campo fértil y dinámico de investigación sobre la lectura y escritura afirmado en la perspectiva de las prácticas sociales y la sociolingüística. Los trabajos novedosos de la investigadora mexicana Judith Kalman fueron trascendentales para rearmar preguntas e hipótesis sobre la escritura de invención desde la perspectiva de las prácticas sociales. Aún hoy podemos decir que la investigación sobre la escritura literaria en contextos educativos sigue teniendo un lugar casi inexistente en el campo de los NLS, más abocados a indagar sobre los múltiples modos de existencia de la cultura escrita en nuestras sociedades, con especial énfasis en las minorías lingüísticas o en los hablantes de lenguas indígenas.

En esta nueva versión de Imaginación y escritura intentamos ampliar algunas nociones que consideramos de especial interés, como “espacios generadores de escritura” y el rol del coordinador del taller en el comentario y mediación del dialogo en torno a los textos escritos. Este aspecto clave de la “artesanía” del taller -la oralidad que rodea a la escritura- sigue siendo un tema poco visitado por la investigación.

Hacia el final de aquella primera edición nos animábamos a señalar una linea de trabajo a la que volvimos en años siguientes: la poética de la escritura juvenil. Los vínculos entre las prácticas literarias y las culturas juveniles es una zona a explorar, en especial en la relación entre consumos culturales, escritura y construcción de la identidad. Las experiencias más recientes en espacios educativos “de frontera” dentro de la escuela secundaria (talleres, programas socioeducativos, publicaciones escolares alternativas, entre otros) y los desarrollos teóricos de los estudios de juventud abren un panorama interesante para la didáctica de la escritura. Algo de eso intentamos ampliar en la segunda parte de esta nueva versión de Imaginación y escritura.

En alguno de sus libros, Maite Alvarado escribió: “Pedagogizar la literatura es despojarla de su poder enigmático”. Lejos de ser una consigna romántica o antiteórica -o la lengua pseudopoética de cierta promoción de la lectura- se trata de una posición teórica que pretender reponer la especificidad de la literatura, emanciparla de los mensajes morales, el imperialismo lingüístico y la transmisión aséptica de contenidos de enseñanza. Alvarado siempre tuvo claro que de lo que se trataba era de los lectores y escritores, de lo que piensan, de sus conjeturas e hipótesis pero también de cómo se ven afectados por la literatura. Esa dimensión afectiva inherente a los lenguajes de la imaginación. Parte central de su reflexión ha sido pensar cómo abordar la inquietante extrañeza de la literatura sin resignar la responsabilidad de educar. Una responsabilidad no escindida de lo lúdico y de la exploración no tutelada del centro afectivo e impredecible que late en los encuentros con la literatura. De su legado aprendimos que la escritura de invención es una forma de esquivar esa pedagogización literaria. Una forma de poner el cuerpo al lenguaje díscolo de la imaginación.

Carlos Skliar lo dice de otra manera:

“El lenguaje desobedece cuando ensucia la lengua con sus trampas de encantamiento y sensiblería, cuando la falsifica, cuando la infecta de glosarios impunes y de retóricas sin nadie dentro y nadie del otro lado, cuando se sobreestima en su regocijo adulto o se desprecia el lugar de su ausencia. Sin embargo, el lenguaje es también desobedecido. Lo desobedecen los niños, los ancianos, las mujeres, los artistas, los filósofos. Lo desobedecen la conversación, la lectura, la escritura, la inscripción en las paredes irregulares, los presos, los dementes, los autistas, los borrachos, los que escriben poemas, los que prefieren no hacerlo. Si el lenguaje no desobedeciera y si no es desobedecido el lenguaje, no habría filosofía, ni arte, ni amor, ni silencio, ni mundo, ni nada”.

Y yo agregaría: ni didáctica. Algo de ese camino intentamos en este libro y seguimos defendiendo en la nueva edición.

Buenos Aires, junio de 2017.

(Imaginación y escritura. La enseñanza de la escritura en la escuela, Buenos Aires, El Hacedor, 2017)

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